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La mirada de un niño.

Cuando llegué a mi butaca, siempre la última fila y en el centro, encontré como vecino a un niño acompañado de su padre que utilizaba un asiento supletorio para llegar a la altura necesaria. Mi primer pensamiento fue lo inapropiado de la película para  un niño de corta edad. Era el estreno de la primera que Nolan dirigía en lo que sería su trilogía de Batman. El segundo que no me iba a permitir concentrarme en el trabajo de un director que sigo devota desde que vi Memento. Mi suposición se confirmó. Cada cierto tiempo el niño le preguntaba dudas propias de su edad a su padre, el único responsable desde mi punto de vista, que me distraían y alejaban de la proyección. En una de esas ocasiones, me volví hacia ellos con mirada de profundo enfado y ambos se mantuvieron en un silencio prolongado,  hasta una escena de trepidante persecución que finalizaba con unos segundos de silencio, en la película y en la sala. En ese instante, en ese silencio reverente, se escuchó un «mola» procedente de mi pequeño vecino que, automáticamente volvió su mirada hacia mi. No pude evitar reírme y, creo que aliviado, él también. El resto del tiempo hasta que finalizó compartimos miradas cómplices, y vi la película con otros ojos, con los de aquella niña que llegó por primera vez a una sala de cine para descubrir una magia que nunca más la abandonó. Cuando se encendieron las luces le pregunté ¿te gustó?, y con enérgicas inclinaciones de cabeza me hizo saber que mucho, «a mi también» le contesté, y nos alejamos hacia la salida. Debo agradecerle que ese día me recordó algo muy importante, hacerse adulto no significa abandonar la infancia. De cuando en cuando es bueno volver a ella.

Foto: Sonia Izquierdo -Sigue el camino dulce.

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